Capítulo primero: rasca bien y mira con qué
Tiene que ser muy elegante que tu nombre pase a los libros de Historia. Que se te recuerde por los hechos, sean del color que sean. Pero que al menos se te recuerde, y de ese modo alcanzar, en cierto sentido, la inmortalidad. Pero tiene que ser una putada como un castillo que, si se hurga un poco en tu historia, uno se encuentre con que has muerto como un completo idiota, un tachón al final de un curriculum vitae bastante interesante. Por no hacer la entrada muy larga, que seguro que lo será, y dado que hay más de uno en nuestras cabezas, vamos a publicarlos poco a poco, para no saturar al personal. Podíamos comenzar con, por ejemplo, Luis de Borbón, conde de Soissons.
El bueno de Luis de Borbón-Condé (1604 – 1641) tuvo la mala suerte de nacer en un mal momento para la familia real francesa. Apenas habían superado el cisco de las Guerras de Religión (segunda mitad del S. XVI), pero su simiente estaba presente. Y aunque el poder del rey francés sobre su nación se había afianzado con el paso de los siglos (y gracias a la Guerra de los Cien Años), medio siglo de enfrentamientos había dejado al reino en un estado muy delicado. Parecía que sólo ahora que Richelieu, cardenal de profesión y némesis de nuestro Olivares, se había hecho con el poder como ministro de Luis XIII, Francia volvía a salir a flote. Pero Richelieu no era precisamente popular en la Corte, y el propio favorito del rey, Cinc-Marcs, buscaba por activa y por pasiva deshacerse de él. Y no os digo más que Cinc-Marcs llegó donde llegó gracias al cardenal. Les hay agradecidos, joder.
Hablemos un poco de Luis. Había nacido en una rama borbona “pro-hugonote”, y aunque al final gobernó uno de los suyos, “París bien vale una misa” y cambió de chaqueta. Seguramente quedó algo de resquemor entre los hugonóticos (® Travis, 2008), y prueba de ello fue que Enrique IV, padre de Luis XIII (quien a su vez era primo segundo de nuestro Luis) fue asesinado en 1610 por François Ravaillac (de quien si os interesa podemos hablar en otro momento). Durante el reinado de Luis XIII se dieron varias conjuras y complots contra el rey... Por ejemplo, su propia madre, quien se ocupó de la regencia durante la minoría de edad del monarca y que luego fue recompensada con el exilio en Blois, cosa que ella agradeció escapando y levantando un ejército contra su bienamado hijo. Amor de madre, que lo llaman. Y la presencia de Richelieu tampoco fue del agrado de todos, como hemos dicho. Aquí entra en escena nuestro Luis: en 1638 participó en un intento de asesinato del cardenal junto a otros cómplices. Pero cuando llegó la hora, él y Gastón, hermano del rey, hicieron el tonto con el típico “tú primero”, “no, tú”, “venga, tú”, etc. ad nauseam, y el atentado falló. Ninguno se atrevió a dar el paso, y hubo de refugiarse en Sedán...
Aquí, en Sedán, Luis gana cada vez más protagonismo. Fue un militar destacado, y el duque de Bouillon no dudó en ponerle al mando de sus tropas una vez su principado se declaró en rebeldía contra la corona. Eso sí, entre unas cosas y otras, Luis no perdió el tiempo, y siguió tratando de que Richelieu se jubilase por la vía rápida.
Por supuesto, el rey no iba a tolerar que Sedán se independizase así como así, por lo que se envió un ejército comandado ni más ni menos que por el mariscal de Châtillon, Gaspard de Coligny, par de Francia, de la casa de Montmorency. Suena un poco a chino, pero su “bistíoabuelo” fue Anne de Montmorency, general francés que trajo de cabeza a los españoles en Italia, pero que fue capturado junto a su rey, Francisco I, en la batalla de Pavía (¡chúpate esa!). Y sí, era varón y se llamaba Anne. ¿Hace falta que recuerde que es francés?
No nos desviemos, volvamos a Sedán. En concreto a la meseta boscosa de La Marfée, desde la cuál se veía la ciudad perfectamente. Allí se enfrentaron los ejércitos del rey de Francia, comandados por el mariscal de Châtillon, a un conglomerado sedanés y de mercanarios al servicio del Sacro Imperio, llamados por el duque, que comandaba Luis de Borbón. Unos 13.000 contra unos 11.000. Mal pintaba el asunto. Luis participaba de lleno en la Guerra de los Treinta Años.
Un poco de fortuna (el mal estado de los caminos hizo que los realistas llegasen tarde a la cita, encontrándose a los rebeldes en posición y esperando) y el genio militar de Luis dieron la victoria a este último, y por ende a Sedán. Resumiendo: en un hábil movimiento por el flanco, la caballería sedanista, comandada por el propio Luis, se coló hasta la cocina del bando realista, haciendo huir a Gaspard y decapitando así el mando del ejército. Si la batalla se dice que empezó alrededor de las 11 de la mañana, al mediodía estaba decidida y podían irse a Sedán a comer croissants y baguettes. París podía caer, porque el Cardenal – Infante don Fernando de España venía con el over-drive puesto desde Flandes, y lo mismo hacían los alemanes por el Este. Todo a favor para que el cardenal desapareciese, y con él, su influencia sobre el rey, ya que de plantar de nuevo batalla, Luis XIII debería poner al frente a Cinc-Marcs, favorito del rey y enemigo político de Richelieu. “Armando-Juan, date por jodido”, debía pensar el bueno del cardenal.
Pero, ¡ay amigo!, aquí entra en juego la mala fortuna de nuestro Luis. Imagínense la tesitura: usted, Luis de Borbón-Condé, a sus 37 años de edad, se encuentra subido a su caballo, disfrutando de su victoria, una victoria que le abría las puertas a su ejército hasta París, y así poder colgar a Richelieu, para influir en su primo Luis XIII... Está cansado y acalorado, producto de la propia batalla. Sería una estampa genial, si no fuera por ese puñetero picor de cabeza que nota bajo el casco. Pero no se puede rascar porque su mano no cabe, con esos guantes, entre el yelmo y su cabezota de Borbón, así que en lugar de quitarse uno u otro, no tiene mejor idea que hacer palanca con su pistola (una pistola de rueda de avancarga). ¿Hace falta decir qué pasó? Vale, se dice, se comenta, se rumorea, que al levantar la visera del casco y presionar el cañón entre el casco y el cráneo, debió, o bien apretar por error el gatillo, o éste dispararse sólo. Y Luis compartió el contenido de su cabeza con su escudero, quien dijo demasiado tarde que estaba aún cargada. Bueno, en realidad no le reventaría el cráneo, simplemente Luis hizo sito a la bala entre su materia gris y ahí se quedó, lo que no quitá que le dejase la cara bonita.
Los rebeldes perdieron a su líder, ya que el duque de Bouillon resultó ser un cobarde que en cuanto pudo se rindió y humilló ante el rey (y fue perdonado gracias a la intervención del favortito Cinc-Marcs), y el otro conspirador, el Arzobispo de Reims, Enrique de Guisa, era un putero. Ni el uno ni el otro eran militares, y menos generales. Y si el primero conservó algo de dignidad (e incluso prosperó), éste “religioso” fue condenado a muerte, huyó a Flandes, y volvió a Francia años después para lamerle el culo a Luis XIV, el Rey Sol.
Richelieu pasó en “cero_coma” de estar jodidamente jodido, a... a... Bueno, a no estarlo. Y todo porque a Luis le picaba la cabeza.
Dedicado a Scare, gracias a quien conocí esta anécdota, y a todos los que participaron en aquél hilo, pues gracias a ellos conocí a otros tantos personajes que bien merecen una entrada aparte. Y si no sabes de que va esta apostilla, es porque no va dirigida a ti :p .
4 comentarios:
que grandes...
^^
Muy bueno Juan, en breves publicaré otro ejemplo de muertes ridículas, esta vez, tocante a la Historia española
Que grande señor!!! pobrecillo Luis de Borbon...y vaya risas ver la cara de sus siervos de al lado en plan: pero sera idiota el tio...y encima me tocara limpiar el casco a mi... :P
Gracias, caballeros y señorita.
Como volvamos a tener otros cinco minutos de charla en lo tocante a muertes tontas, tendremos para otros diez artículos xD .
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